Augusto llegó al poder tras vencer las guerras civiles y tras la disolución del Triunvirato que ejerció junto a Lépido y Marco Antonio.
Gran conocedor de la historia reciente de su tierra y de sus gentes (la sufrió en sus carnes y fue uno de sus protagonistas) . Se proclamó en una especie de Protector de la República, ejerciendo varios cargos y asumiendo distintos poderes a lo largo de sus cuarenta años de mandato, pero nunca el de Dictador, pues el título ya no caía tan bien a los romanos. Bien sabemos que en realidad fue él el primer emperador (y no Julio César).
La cuestión es que logró establecer la conocida Pax Augusta, la calma en todos los territorios interiores del Imperio, detuvo el avance y el engrandecimiento territorial del imperio para concentrarse en la romanización de los territorios ya conquistados. Llevó una administración del Imperio justa y equitativa, con la inestimable ayuda de Livia, su mujer. Encontró, como gustaba decir él, una Roma de ladrillo y la dejó hecha de mármol. Además, para ser el hombre más poderoso del mundo conocido, murió con pocas propiedades y capital, puesto que fue el hombre que más dinero donó al Estado, el cual quedó tras su muerte con las arcas llenas.
¿Se imaginan eso hoy día? ¿Donar inmensas cantidades de dinero al Estado que controlas de manera absoluta?
Educó a sus sucesores (no logró tener hijos directos) en los principios que consideraba mejores para la dirección de imperio, entre ellos, siempre les repetía una frase parecida a ésta: “La mayor satisfacción del trabajo administrativo es terminarlo y poder seguir trabajando”
Tras mucho trasiego sobre su sucesión, legó el Imperio a Tiberio, al que no le tenía mucho afecto, pero que sabía que al menos intentaría hacer bien su trabajo. Acertó, pero a medias. Tiberio intentó devolver el poder al Senado, pero no se sabe si por convicción o era una farsa bien orquestrada. En todo caso, tras ello, murmuraba para sí esa famosa frase de “¡oh generación apta para la esclavitud!
Tiberio, probablemente el Emperador peor tratado de la historia, dejó a su muerte un Imperio bien administrado, en paz y con las arcas del Estado aún más llenas de cómo las encontró. Eso sí, también dejó como sucesor a Calígula; seguro que para darle a esa generación de esclavos un amo a su altura.
Fina ironía la de este emperador.
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