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La Batalla de Agincourt 1415

En el momento en que Enrique V (Henry V) fue proclamado Rey de Inglaterra, el país ya había perdido gran parte de los territorios que ocupaba en Francia, pero éste se propuso recuperarlos todos. Los franceses habían invadido Normandía y despojado a Inglaterra de una de sus provincias más importantes. Tras varios batallas como las protagonizadas por Eduardo I, la Guerra de San Sardos, las reclamaciones sobre territorios franceses de Eduardo III y sobre todo la victoria de Felipe VI sobre Gascuña en 1337, dieron origen a la Guerra de los Cien Años, que en realidad fueron 116.

El 13 de agosto de 1415 Enrique V y su ejército sitiaron el puerto de Harfleur, que no se rindió hasta el 22 de septiembre, casi un mes más tarde. El asedio duró bastante más de lo esperado así que Enrique no se lo pensó dos veces en organizar a sus tropas y dirigirse hacia el puerto de Calais, su objetivo, donde ya estaban colocados los ingleses. Pero para ello había que atravesar gran parte del norte de Francia, cuyos habitantes no creo estuvieran muy contentos con la visita inglesa.

Su ejército estaba destrozado, enfermo y hambriento. Pero por suerte, Enrique V era astuto y militarmente capaz, a parte de que su ejército estaba bien disciplinado y sobrado de experiencia. Enrique, sabedor de que esperar al enemigo no traería más que desesperación y hambre, hizo todo lo que pudo para avanzar lo antes posible hasta Calais, y si se encontraban con los franceses, pues entonces no quedaría otra que luchar.

Un detalle bien importante es el de que Enrique V, desde que desembarcó con sus hombres en el puerto de Harfleur, prohibió a su tropa bajo pena de muerte el pillaje, el saqueo, las violaciones y cualquier tipo de molestias a la población civil porque, para Enrique V, él no estaba invadiendo un territorio sino recuperando lo que fue de Inglaterra.

Inglaterra era bien conocedora de sus propias virtudes. Sabían que contaban con un arma nueva bien destructiva, el arco largo, capaz de lanzar flechas a una velocidad y distancia bastante superior a los estándares militares europeos de la época.

Los franceses sin embargo, tenían sed de heroísmo y se equivocaron al pensar que los arcos ingleses no serían demoledores. Lo que se ofrecía por capturar a nobles ingleses era inimaginable, así que las tropas francesas acudieron seguros y confiados al combate, quizás bastante más confiados de lo que deberían.

En cuanto a sus generales, el Condestable Carlos d’Albret y el Mariscal Juan de Maingre, llegaron al campo de batalla enfrentados entre sí, conocedores de que su rey Carlos VI llevaba enfermo desde hace décadas, siendo incapaz de dar órdenes militares. Sin una cabeza importante por encima del ejército, afloraron los generales con nuevas ambiciones e ideas, independientes, con sed de reconocimiento y ansias de poder desgraciadamente destruidas por la efectividad y organización inglesa.

Enrique V como rey participó activamente en la batalla. La moral que tuvo que inyectar este detalle en sus tropas tuvo que ser inigualable, porque ha de ser magnífico ver que por una vez, el rey está luchando a tu lado, a vida o muerte, por las mismas causas.

El caso es que la batalla en sí, no duró ni media hora, porque la sombra de flechas fue tan descomunal que de los 800 caballeros franceses que supuestamente deberían haber reventado el frente derecho inglés, sólo llegaron 160. Apoyándose en estas cifras, imagínense lo que perdió la infantería, que no disponía de un caballo para llegar más rápido al enemigo.

Curioso también es el hecho de que una vez terminada la batalla, Enrique V mandó a matar a todos los prisioneros, cosa que sus tropas se negaron al considerarlo poco honorable, así salvando las vidas de los franceses de más alta cuna, como los Duques de Orleans y de Borgoña. Todos los demás fueron brutalmente asesinados, aunque quizás este término no es aplicable cuando hablemos de batallas.