La Península Ibérica antes de los romanos: primeros asentamientos y culturas
La Península Ibérica, situada en el extremo suroeste de Europa, ha sido un lugar estratégico y de gran importancia histórica desde la antigüedad. Mucho antes de la llegada de los romanos en el siglo III a.C., esta región era un mosaico de culturas y civilizaciones que dejaron una profunda huella en su desarrollo histórico. Este artículo explora los primeros asentamientos humanos, el surgimiento de las primeras culturas y las influencias externas que moldearon la Península Ibérica antes de su incorporación al Imperio romano.
1. Los primeros habitantes de la Península Ibérica
La presencia humana en la Península Ibérica se remonta al Paleolítico inferior, hace aproximadamente un millón de años. Los primeros homínidos que habitaron la región fueron especies como el Homo antecessor, cuyos restos han sido encontrados en yacimientos como Atapuerca, en Burgos. Este sitio arqueológico ha proporcionado valiosa información sobre las primeras formas de vida, como la caza, la recolección y las herramientas rudimentarias utilizadas por estos primeros habitantes.
A lo largo del Paleolítico medio y superior, la Península fue testigo de la presencia de neandertales y Homo sapiens. Los neandertales desaparecieron hace unos 40,000 años, coincidiendo con la llegada del Homo sapiens, quien introdujo tecnologías más avanzadas y expresiones artísticas como las pinturas rupestres de Altamira.
2. La revolución neolítica y la aparición de la agricultura
Con la llegada del Neolítico, alrededor del 5000 a.C., la Península experimentó una transformación fundamental en sus modos de vida. La agricultura y la domesticación de animales se difundieron desde el Cercano Oriente, lo que permitió el surgimiento de asentamientos permanentes. Estos primeros agricultores establecieron aldeas en zonas fértiles, especialmente en la cuenca del río Ebro, el valle del Guadalquivir y la meseta central.
Entre los restos más notables de este período destacan los megalitos, estructuras funerarias monumentales como dólmenes y menhires. Ejemplos emblemáticos incluyen los dólmenes de Antequera, en Málaga, y los de los Pirineos, que evidencian una organización social más compleja y una relación simbólica con la muerte.
3. La Edad del Bronce y las culturas protohistóricas
La Edad del Bronce, que comenzó alrededor del 2200 a.C., marcó el desarrollo de culturas más sofisticadas y una creciente diferenciación regional en la Península. Durante esta época, destacaron varias sociedades protohistóricas:
Los pueblos del sur: Tartessos
En el suroeste de la Península, en las actuales provincias de Andalucía y Extremadura, surgió la cultura de Tartessos, considerada la primera civilización ibérica propiamente dicha. Tartessos alcanzó su apogeo entre los siglos IX y VI a.C. y fue conocido por sus riquezas en metales como oro, plata y cobre, además de sus contactos comerciales con fenicios y griegos. Este intercambio cultural trajo influencias orientales, como la escritura y técnicas avanzadas de navegación.
Los pueblos del este: Íberos
Los íberos habitaron principalmente las zonas costeras del este y sureste de la Península. Eran una sociedad jerarquizada, con ciudades fortificadas y una economía basada en la agricultura, la ganadería y el comercio. También destacaron por su arte, como las esculturas de la Dama de Elche y la Dama de Baza, que reflejan influencias orientales y un profundo simbolismo religioso.
La cultura de El Argar
En el sureste peninsular, la cultura de El Argar (2200-1500 a.C.) desarrolló un sistema social avanzado, con una marcada estratificación y ciudades fortificadas. Este pueblo fue pionero en la metalurgia del bronce y estableció redes comerciales para la distribución de sus productos, lo que favoreció su expansión.
4. Influencias externas: fenicios, griegos y cartagineses
A partir del siglo IX a.C., la Península Ibérica comenzó a recibir la influencia de culturas del Mediterráneo oriental. Los fenicios fueron los primeros en establecer colonias comerciales en la costa sur, fundando ciudades como Gadir (actual Cádiz), Malaka (Málaga) y Sexi (Almuñécar). Introdujeron tecnologías avanzadas, como la navegación, la escritura alfabética y técnicas metalúrgicas.
Los griegos, aunque menos numerosos, también dejaron su huella en el este de la Península. Fundaron colonias como Emporion (Ampurias) y Rhode (Rosas), que sirvieron como puntos de intercambio cultural y económico. Por su parte, los cartagineses, descendientes de los fenicios, dominaron gran parte del comercio en el Mediterráneo occidental y establecieron una importante presencia en el sur peninsular antes de su enfrentamiento con Roma.
5. Los pueblos del interior y del norte
En el interior y el norte de la Península vivían comunidades de influencia celta, conocidas colectivamente como celtíberos. Estas culturas, que se desarrollaron a partir del primer milenio a.C., tenían una estructura tribal y se caracterizaban por sus asentamientos en castros (poblados fortificados). Los celtas introdujeron el uso del hierro, nuevas formas de agricultura y una tradición oral que era fundamental para su organización social y religiosa.
En el noroeste, los galaicos destacaron por su cultura megalítica y su fuerte conexión con el Atlántico, mientras que los vascones habitaban el área de los Pirineos occidentales, manteniendo una lengua y cultura únicas que perduraron a lo largo de los siglos.
6. Hacia la romanización
Cuando los romanos comenzaron su conquista en el siglo III a.C., la Península Ibérica ya era un territorio diverso, con pueblos que tenían distintos grados de desarrollo cultural, tecnológico y político. La llegada de Roma marcó el inicio de una nueva era, en la que las culturas locales serían transformadas profundamente por la romanización, aunque muchas tradiciones y características perdurarían como parte de la identidad peninsular.
Conclusión
La Península Ibérica antes de los romanos fue un crisol de culturas y tradiciones que sentaron las bases para su desarrollo histórico posterior. Desde los primeros cazadores-recolectores hasta las sofisticadas culturas protohistóricas, los pueblos ibéricos demostraron una notable capacidad de adaptación, innovación y convivencia con influencias externas. Este período de la historia peninsular no solo revela la riqueza de su patrimonio cultural, sino también su papel como encrucijada entre Europa, África y el Mediterráneo.