Toda la gente que murió en Waterloo, unos 120.000 soldados de ambos lados, nunca hubieran fallecido en aquellos campos si no hubiera sido por la ambición de Napoleón. El Enano Venenoso había sido abucheado ya en Francia y los aliados se ocuparon de mantener su título de emperador, a modo de mofa, para que lo usara exclusivamente en la isla de Elba, cerca de Italia, donde fue desterrado.
Pero el muy astuto, ante los rumores de que los aliados le querían trasladar a Santa Elena en el Atlántico, consiguió escapar de Elba y regresar a Francia, donde miles de franceses le recibieron con júbilo aceptando que volviese a ser emperador tras el 18 de Brumario, y donde consiguió reunir a un ejército de más de 100.000 hombres para volver a sus andadas e invadir los Países Bajos, donde estaba reunida la 7ª Coalición (Reino Unido, Rusia, Prusia, Austria, Suecia, los Países Bajos y varios Estados Alemanes).
Napoleón sabía que no tenía nada que hacer si la coalición recibía más apoyos y preparáse una ofensiva, por eso mismo fue Napoleón el que decidió atacar lo antes posible, sobre todo por el hecho de las repercusiones positivas que tendría una rápida victoria (volver a darle credibilidad y el tiempo suficiente para volver a armarse).
Pero no fue así. Ni la presencia de Napoleón en los campos de batalla evitó que tras unos duros enfrentamientos directos los franceses huyeran en estampida. Los únicos que se mantuvieron firmes fueron los caballeros franceses, La Guardia Imperial, que acabó prácticamente destruida. Pierre Cambrone pronunció la famosa frase de: ¡Mierda!…¡La guardia muere, no se rinde!