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Fernando VII

Hijo del que le besaba los pies a Napoleón y de la señora que mantenía las piernas muy abiertas para que un tal Godoy pudiera complacerla, este personajillo convertido en rey no tuvo culpa alguna por ser tan imbécil, es decir, tonto de remate.

Siempre he pensado que Fernando VII es el culpable de todos los males que han ocurrido en nuestro país desde que acabó la guerra de la Independencia. Sin duda fue el causante principal de las tres guerras carlistas (por empeñarse en que reinara su hija en contra de la Ley Sálica), pero es que también influenció la pérdida de las colonias americanas, que al ver lo poco que querían los españoles a su Rey, decidieron precipitar su independencia.

Para entendernos, en 1808 Napoleón aprovechó la falta de liderazgo y el poco respeto que se tenía a sí mismo Carlos IV (Rey de España y padre de Fernando VII), para traérselos a todos a Bayona (Francia) y hacerles una treta grandiosa.

Resulta que tras el motín de Aranjuez, Carlos IV abdicó en su hijo, el personajillo, y se fue con Maria Luisa de Parma y Godoy, en plan trío, a la Bayona francesa para ser recibidos por Napoleón. Éste, convenció a Carlos IV para que volviese a reclamar el trono a su hijo, para luego cedérselo a él mismo, el cual colocaría a su hermano mayor José Bonaparte (Pepe Botella).

Fernando VII no tenía ni idea de las intenciones de Napoleón, y el muy estúpido pensó que le habían llamado a Bayona para ser reconocido como legítimo rey de España. Lo que tampoco previó, fue que Napoleón se encargó no sólo de colocar a su hermano en el trono español, sino de mantener a toda la familia real en el exilio durante al menos seis años.

A todo esto, el 2 de mayo de 1808, con la familia real entera fuera del país y bajo la custodia de Napoleón, el pueblo madrileño dijo basta y se alzó en armas contra las tropas invasoras francesas, que llevaban desde el 27 de octubre de 1807 (Tratado de Fontainebleau) en España con la excusa de dirigirse hacia Portugal para acabar con las posiciones estratégicas inglesas.

El caso es que tras el 2 de mayo y la consecuente represión de los franceses, que fusilaron a miles de españoles, se desató en España una de las guerras más sanguinarias que jamás hemos conocido, y en la que intervinieron portugueses, ingleses y españoles por un lado, y franceses y el ducado de Varsovia (polacos) por el otro.

Fíjense lo dispar que era la sociedad española de aquel entonces, que mientras unos pobres hombres se dejaban la vida luchando por echar al invasor, otros muchos se dedicaron a hacer la constitución más liberal y avanzada de todos los tiempos, sí señor, La Pepa, La Constitución de Cádiz de 1812, que de entre otras cosas concedía el poder de la nación al pueblo por encima de todo, y en la que se podía leer cláusulas que sin duda ahora serían más democráticas que las constituciones de muchos países actuales.

Fernando VII «el deseado» (realmente el pueblo quería que volviera y lo demostró nombrándole Rey in absentia -Rey ausente-) no supo darse cuenta de que España no sólo estaba luchando una guerra de Independencia por librarse de los franceses, sino porque verdaderamente querían sentirse libres, y avanzar por la senda democrática, aunque la figura del rey quedase respetada en las Cortes.

Fernando VII abolió las cortes de Cádiz, y con ellas maravillas tan avanzadas para la época como la prensa libre, diputaciones y ayuntamientos constitucionales y unas cuantas universidades. Restableció la organización gremial y devolvió las propiedades confiscadas a la Iglesia. Vino lo que luego se llamó el sexenio absolutista (1814-20), en el que se podría decir que lo único que hizo fue gobernar para protegerse a sí mismo, sobre todo porque los liberales, ahora apoyados por el Ejército, la burguesía y organizaciones secretas como la Masonería, no cesaron en su intento de restablecer la Constitución por todos los medios, intentando incluso raptar al Rey, por estúpido.

Fernando VII se vio obligado a jurar la Constituciónen Madrid el 10 de marzo de 1820, con la histórica frase: «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional». Pero no fue así del todo. Fíjense lo sucio que fue el tío que incluso cuando antes había decidido desterrar a todos los afrancesados que colaboraron con Pepe Botella, ahora decidió acudir a Napoeón para volver a reinar a su modo. No hace falta decir que Napoleón ni se lo pensó y se trajo consigo a los cien mil hijos de San Luis para restablecer el orden, creando lo que se llamó La Década Ominosa de 1823 al 33 (otros diez años de absolutismo y pérdida de libertades).

Por si todo esto no fuera suficiente, en 1830 y tras haberse casado cuatro veces para engendrar un hijo que pudiera reinar a su muerte (cosa que no consiguió), decidió pasarse todas las normas por el forro y crear lo que se llamó la Pragmática Sanción, con el objetivo de que su hija Isabel fuera reina de España, claramente despreciando a su hermano Carlos María Isidro, que iba a ser rey tras la muerte de su hermano. Total, que nada más morir Fernando VII, España se vuelve loca y empezamos a darnos entre nosotros: unos a favor de Carlos y otros en pro de Isabel, comenzando lo que se llamó la Primera Guerra Carlista, que luego acabaron siendo tres guerras civiles muy distintas.