Al contrario de lo que sucede con otros deportes, en el caso del baloncesto nos encontramos con un origen claro y determinado y un creador bien conocido: el profesor James Naismith. Nacido en el pequeño pueblo de Ramsay, en Ontario, Canadá, demostró ya durante su formación universitaria un notable interés en la fisiología deportiva. Cuando, en 1891, se encontró con que tenía que buscar un juego para la School for Christian Workers que se pudiese practicar a cubierto, que resultase entretenido y que fuese completo desde el punto de vista atlético, Naismith descartó adaptar juegos que se practicasen en exteriores (fútbol, lacrosse) a un espacio más reducido.
Con estos requisitos en mente y el recuerdo de un juego muy popular en sus días de estudiante, conocido como “duck-on-a-rock”, James Naismith creo de forma sintética las 13 normas que darían origen al deporte conocido como “baloncesto”. En sus inicios, se jugaba con una pelota de fútbol y dos cestos de los que se usaban en la época para la recogida del melocotón. Estos cestos se situaban en extremos opuestos de una cancha que apenas ocupaba la mitad de lo que exigen las dimensiones reglamentarias a día de hoy, y se colgaban a tres metros de altura. Con el reducido tamaño de la cancha, la opción de botar el balón para desplazarse todavía no se contemplaba y el juego era mucho más posicional y colectivo, al no poder correr cuando se tenía la posesión de la pelota. Otro detalle que no tardó en evolucionar fue la ausencia de tapa en la parte baja de los cestos; inicialmente, cada vez que uno de los dos equipos anotaba, era necesario auparse a una escalera (o a los hombros de un compañero) para rescatar el esférico.
El juego tuvo un éxito instantáneo y se propagó con rapidez gracias al apoyo recibido por parte de la YMCA. Naismith llegó a ser testigo del momento en el que su deporte se convertía en olímpico en los Juegos de 1936 celebrados en Berlín. Por el contrario, no llegaría a ver cómo el baloncesto se ha establecido como uno de los deportes más populares del mundo, un espectáculo de masas que mueve miles de millones a nivel global y que está completamente diversificado. Hoy en día existen ligas diferentes, como la NBA, activa en torneos de deportes electrónicos, o la Liga ACB así como equipos reconocidos a nivel mundial como los Lakers or el Real Madrid, vigente campeón de la Euroleague de baloncesto.
El baloncesto, pese a lo relativamente reciente de su origen como deporte, bebe de la tradición de los juegos de pelota que se remontan a miles de años atrás. Egipcios, griegos, romanos, mayas… todos ellos disfrutaron con variaciones de la confrontación de dos equipos en una cancha con un balón (o equivalente) de por medio. El Episkyros (en griego, “defensor”) fue tremendamente popular en la Antigua Grecia, un juego que se practicaba con una pelota de cuero y que permitía el uso de las manos. Un equipo lanzaba el balón al campo contrario y trataba de evitar que este traspasase la línea de tanto situada a sus espaldas. Galeno, Antífanes y Arriano lo citaron en sus textos.
En Britania, durante el siglo I a.C., las milicias romanas practicaban en sus entrenamientos un juego conocido como Harpastum. En un campo de juego establecido con cabos, había que conseguir que el balón acabase tocando la cuerda situada en el extremo contrario del campo de cada equipo. No existían infracciones por el uso desmedido de la violencia, con la única excepción de causar la muerte. Una vez obtenido un punto o gol, el encuentro concluía. Era habitual que participasen entre cinco y seis jugadores por equipo, en enfrentamientos de reclutas contra oficiales.
Algunos de estos juegos tenían un marcado carácter litúrgico, como puede ser el del Pok ta pok maya, juego que asombró a Hernán Cortés a su llegada. Este se presentaba como una alegoría del choque de opuestos universales, de la lucha entre lo luminoso y las tinieblas. Cada equipo representaba a una de las dos facciones, seres de luz o de oscuridad y, golpeando la pelota con la cadera o los antebrazos, debían hacer que esta fuese atravesando unos aros situados en perpendicular al suero, como símbolo de los sucesos que habría de atravesar la humanidad. Las canchas, auténticos fosos con muros esculpidos en piedra, se convertían en un elemento más del juego al buscarse el rebote contra sus paredes para obtener un beneficio frente al contrincante. El destino del equipo ganador, eso sí, distaba mucho del concepto de éxito que hoy manejamos, ya que se cree que eran sacrificados de forma ritual, algo que se entendía como una manera de abandonar el sueño de este mundo para despertar en el universo de los dioses y vivir al fin en armonía eterna.Zona de los archivos adjuntos
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