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La Batalla de Acentejo

Hace muchos días, a finales del siglo XV, la corona de Castilla necesitaba dinero. Algunos reyes no sólo se conformaban con ser grandes, sino que querían ser más grandes todavía. Por ello, y para asegurar su puesto en el mapa internacional, a veces mandaban a gente a morir convenciéndoles de que el fin justifica los medios.

Tal es el caso de la corona de Castilla en su ambicioso plan de hacerse con lo que luego llamaron «Las Islas Afortunadas». No mucha gente lo sabe, ni siquiera los canarios, pero las islas tardaron casi cien años en ser conquistadas. Esta es la historia de la batalla más importante de la conquista de Canarias: La Batalla de Acentejo.
La Corona de Castilla no escatimaba a la hora de enviar gente a morir, y parece ser que tampoco le importaba la nacionalidad del difunto. Para la conquista de Canarias, se llamó al mercenario francés Jean de Béthencourt, o más bien debería decir noble normando Juan Batancur, para entendernos, porque como algunos sabrán tras la conquista este apellido se quedó en las islas en diversas modalidades (véase Batancour, Betancur, Betancourt…), pues había que darle un nombre o al menos un apellido a los pocos guanches que sobrevivieron, no vaya a ser que anden sin identificación, válgame Dios.
Sin embargo nuestro querido franchute no sólo no pudo conquistar las siete islas, sino que se rindió tras fracasar en los intentos de conquista de La Palma Y Gran Canaria. La isla de Tenerife, sin embargo, nunca tuvo el placer de recibir a semejante conquistador, o más bien debería decir derrochador, visto que él y sus hombres aceptaron la misión para obtener un lucro rápido, cosa que no consiguieron, ironías de la vida.
Visto lo visto los reyes tuvieron que contratar a otra persona, y curiosamente, esta vez sí era castellano, y recientemente nombrado Adelantado. 190 caballeros y unos 1.500 infantes castellanos desembarcaron en Tenerife al mando de Alonso Fernández de Lugo, dispuesto a cagarse en todo lo que se menea. En su contra, unos 3.000 guanches al mando del Mencey (Rey) Bencomo, y otros 300 bajo la orden de Chimenchía, su hermano.
Mucha gente conoce la rivalidad existente entre las principales islas de la comunidad (Gran Canaria y Tenerife), pero igual no saben el origen de la trifulca. El caso es que, por pragmatismo o no, los grancanarios, que habían sido ya conquistados, no sólo ayudaron a los conquistadores a hacerse con el control de Tenerife interviniendo en combate sino que planaearon una encerrona a Bencomo, que finalmente fue capturado por los castellanos y llevado a la península, aunque no llegó a desembarcar porque se tiró por la borda en un momento de despiste.
Alonso Fernández de Lugo abandonó su campamento (pudo establecerse en Añazo -actual Santa Cruz- ya que seis de los nueve menceyatos -reinos- no declararon la guerra a los invasores), y se dirigió al menceyato de Taoro a buscar conflicto. Cuál fue su sorpresa al descubrir que allí donde iba no había nadie, pues Bencomo ordenó retirarse a las montañas y seguir la pista del enemigo hasta desembocar en un lugar apto para una emboscada: El barranco de La Matanza (Acentejo).
Bencomo y sus hombres no tenían armaduras, no conocían la pólvora y desde luego nunca habían oído hablar de Sun Tzu y su libro «El Arte de la Guerra», pero gozaba de un arma igual de poderosa: El conocimiento absoluto del terreno. Parece increíble pero en el momento de atacar, los guanches sólo contaban con piedras y bastones, pero sabían que la caballería castellana quedaría fuera de combate, al no poder ascender por los barrancos, por lo que sólo quedaba lidiar con los infantes, que sinceramente no creo esperasen vérselas con tres mil bárbaros de aspecto gigante, rocoso, melenas rubias y piel extremadamente curtida por el sol y el trabajo diario, es decir, que el que no se acojonó y huyó, murió.
De los casi 2.800 hombres que fueron a por Bencomo, 2.000 murieron ahí mismo, en el Barranco de la Matanza. Y se dice que los pocos restantes, en su camino de vuelta hacia su campamento en Añazo, atravesaron unos montes que hoy en día llevan el nombre de La Esperanza, precisamente porque desde La Esperanza los castellanos podían ver su campamento a lo lejos, y eso les dió ánimos. El mismo Alonso Fernández de Lugo salió malherido del combate, y dicen que salvó su vida gracias a la compasión de algunos aborígenes del valle de Güimar.
Desgraciadamente para algunos y afortunadamente para otros, las Islas Canarias ahora son parte de España gracias a las dos batallas que sucedieron a ésta, La Batalla de Aguere y la Segunda Batalla de Acentejo, en lo que hoy en día se conoce como La Victoria.